miércoles, 26 de septiembre de 2007

“El caballito de Raúl que apasionó enloquecidamente a Neruda”

Historia relatada por Cecilia Doggenweiler A.

Raúl y Luis eran hermanos casi del mismo porte, sin embargo Raúl era once meses mayor. Llamaba la atención al pueblo de Los Laureles que a Raúl y a Luis siendo tan niños los subiera a un viejo caballo blanco uno de los jóvenes que atendía labores pesadas en el negocio de su padre, tirando de sus riendas al manso caballo los paseara todos los días por las doce cuadras que comprendían el pueblo. Su padre, Alberto Buholzer, creía que esto de aprender a cabalgar era imprescindible para todos. Saber andar a caballo era como un artículo de primera necesidad. Su padre les regaló para la Pascua, entre otros juguetes típicos para esa edad, un caballito de madera a cada uno, es decir una cabeza de caballo con crines pegados y con un palo largo de escoba para montarlo. Con estos caballitos pasaron ambos hermanos un par de años jugando a topearse o haciendo carreras de caballo que hacían trastornar a todos los miembros de la casa. Y cuando topeaban por supuesto que uno de ellos quedaba aporreado y en el suelo, entonces se paraba e iba llorando a acusar a su cruel hermano a la mamá. Como la señora Clotilde, madre de los niños, quedó sorpresivamente viuda, y además nació su tercer hijo, se debió trasladar del pueblo de Los Laureles a la ciudad de Temuco. Este cambio de ciudad tuvo por objetivo poder educar mejor a los tres niños y además debido a que como recién había muerto trágicamente envenenado don Alberto el traslado a una ciudad más grande daba mayor seguridad para toda la familia. En Temuco los niños tendrían además otro familiar muy cercano, ya que vivía allí la abuela Rosa de Buholzer, madre de don Alberto. La señora Clotilde llegó a esta nueva ciudad como una viuda con dinero, es decir ella era una buena cliente para los estafadores. Con el cuento del tío, o sea mintiéndole, le vendieron una fábrica de sombreros, en un local fuera del mercado municipal. Un comerciante inescrupuloso le aseguró que podía usar ese local por décadas, pero resultó que le quedaban solamente unos meses de permiso municipal y debió cerrar sorpresivamente este pésimo negocio.Ella tuvo, después en esta misma ciudad, un taller de modas con varias máquinas y operarias y normalmente necesitaba comprar casi todos los días muchísimos hilos, de tipos y colores diferentes. Raulito tenía en ese entonces ocho años y acostumbraba, en Temuco, a acompañar a su madre cada vez que salía de compras, lo que acontecía casi día por medio. Él recuerda que había tres lugares a lo menos donde él hacía un buen teatro, típico de un niño, para convencer a su mamá que entrara al negocio, a comprarle algo. Uno de los lugares era una confitería, allí se lanzaba siempre a indicar que quería ese tipo de chocolate o aquel otro relleno. Otro lugar en donde, el niñito regalón se amurraba y dejaba de caminar era frente a una frutería, en ese momento no daba un paso más hasta que le compraran uno de los atractivos plátanos amarillitos. El tercer lugar, donde hacía el gran teatro, era una talabartería ubicada en la calle Portales, a un par de cuadras de la calle Bulnes, que era la calle principal, o sea el negocio estaba en pleno centro de Temuco. Raúl me pidió que por favor escriba, aparte de lo que yo ya había investigado, algunas partes de esta nueva anécdota en forma textual y siguió en primera persona contándomela así:

“Allí, en la -Talabartería el Caballo-, naturalmente que se vendían especialmente cosas de cuero pero mi madre compraba en forma casi obligatoria los hilos que ella necesitaba para su taller. Cuando ella intentaba hacerlo en otro negocio yo le hacía una gran presión y bullicio para que no los comprara en otra parte. La causa de este alboroto era porque allí tenían un precioso caballo embalsamado con todos los aperos correspondientes, montura, cincha, riendas, etcétera. ¡Y éste si que era un caballo enorme y no plano de madera, era casi igualito a los que teníamos en Los Laureles! Me tomaré una taza de té y les contaré otra parte”.

En mi investigación supe además otras cosas, que en esta talabartería permitían a los hijos de los clientes subirse al caballo cuando compraban por ejemplo una montura. La primera vez que Raulito observó esto quiso que lo subieran y el empleado José se dio cuenta que su madre estaba comprando solamente hilos, entonces de paso José le preguntó a Raulito si sabía andar a caballo y su respuesta inmediata fue, “todos los días”, le dijo que él corría carreras a caballo y topeaba contra su hermano. En aquel momento el empleado se dio por enterado que el niño era experto como todos los hijos de los campesinos de la zona y le complació los deseos. Raúl se acostumbró a tener el placer de subirse al caballo embalsamado y quiso siempre saber a dónde iba su mamá cuando ella se preparaba para salir de compras. Acompañaba a su mamá muy entusiasmado en sus viajes al centro por subirse de nuevo al monumental caballo con el que él se soñaba casi todas las noches. Esto se repitió durante todas las vacaciones escolares por un tiempo medido en años. Hay que tomar en cuenta que en esas épocas a nadie en estos pueblos se le había ocurrido el negocio de tener un local con carruseles y juegos para niños. Es comprensible el entusiasmo de Raulito por querer jugar montándose arriba de un caballo embalsamado. Además investigué que a Raulito le enseñó a andar a caballo su padre chocho desde los cinco años de edad. Raúl de nuevo me dice que le faltaba contar lo principal y siguió contándome.

“Un buen día que fui de nuevo con mi madre a la -Talabartería el Caballo- nos llevamos una gran sorpresa, nos miramos con mi mamá y quedamos como pasmados. ¡El caballo embalsamado había desaparecido! Casi llorando le pregunté a José, el empleado que ya me conocía por las subidas al caballito. ¿Dónde está? A lo que éste me respondió, el caballo se lo llevó el poeta Neftalí Reyes. Mi familia conocía a la familia Reyes por ser vecinos de barrio y además clientes a diario de su negocio de panadería, roticería y almacén. Mi madre, no puso mucha atención al empleado y no se dio cuenta que se trataba de que el caballo lo había comprado el poeta Reyes, o sea Neruda, primo de nuestro vecino, el dueño de la panadería de la calle Matta. Mi madre tenía rabia cuando José nombró al poeta por su nombre y no le puso atención de que poeta se trataba. Mi madre le preguntó al empleado, para conformarme, ya que yo estaba empezando a lagrimear. ¿Por qué le vendieron el caballo a ese poeta, si ese caballo era un símbolo de esta -Talabartería el Caballo-y que yo sepa nunca estuvo en venta? Es como si los otros negocios vendieran sus símbolos tan conocidos como el de la Olleta o el de la del Arado. El empleado contestó moviendo la cabeza, -estos poetas son super apasionados, después de discutirlo horas con mi patrón lo compró a cualquier precio”.“Recuerdo claramente los adornos y los símbolos en las calles que formaban el centro comercial de Temuco. Ésta como seguramente otras ciudades sureñas, tenía su centro comercial arreglado con figuras alegóricas de la mercadería que más vendían y los negocios de géneros solían usar pinturas de diferentes colores para pintar los frentes de sus negocios. Los clientes conocían pues esa -Talabartería el Caballo- desde hacía muchos años por este hermoso caballo embalsamado. Era como una reliquia y los temuquenses acostumbraban decir, vaya a comprar allá a la calle Portales en la talabartería donde está el caballo. Una buena parte de los clientes eran campesinos mapuches de la región que tenían doble dificultad para hacer sus compras, el analfabetismo y un idioma diferente. Por eso los símbolos eran imprescindibles y el centro de Temuco lucía no sólo este caballo embalsamado, sino que existía la Ferretería La Olleta, que tenía una enorme olla de colgar en su frontis y otra ferretería que tenía un enorme arado, y una tercera otra que tenía un gran martillo. Otra forma simbólica que usaban los comerciantes era el pintar la fachada de sus negocios de un color específico, se decía por ejemplo, La Casa Amarilla, La Tienda Azul, etcétera.“Esta forma de hacer propaganda con objetos y animales tridimensionales analizadas en este nuevo milenio y desde aquí en Europa parecen ser muy insólitas. Pero no son tan extrañas, a propósito aquí en Alemania en la ciudad de Dortmund, setenta años después de esta historia, he conocido de nuevo algo parecido. La municipalidad ha autorizado a usar para la propaganda a los rinocerontes en sus tres dimensiones. Los niños están felices, se montan sobre ellos. En el centro de la ciudad hay cientos de rinocerontes de diferentes colores fabricados en materiales livianos, situados en sus veredas frente a otros cientos de negocios haciéndoles propaganda. Claro que no venden mercaderías relacionadas con los rinocerontes pero los adornan con guirnaldas de luces y pegándoles sobre su cuerpo lindas propagandas del negocio. Cecilia, creo que tú debieras finalizar esta historia, contando dónde se encuentra el caballito”.

Resulta que ahora el famoso caballo embalsamado se encuentra en la Región de Valparaíso, en una de las casas de Pablo Neruda, en la de Isla Negra. Entre las numerosas cosas que él coleccionó, como se sabe, se compró y llevó igualmente a este mismo histórico lugar una de las primeras locomotoras de los Ferrocarriles, como recuerdo a aquella en la que trabajaba su padre. Ellos, el caballo, la locomotora y algunos otros medios de locomoción se lucen allí para el deleite de muchos miles de visitantes cada año frente a la playa en la casa del Vate de Isla Negra. Neruda que fue el mejor coleccionista del mundo de caracolas del mar, falleció sin poder completar su colección de medios de locomoción, faltándole la serie de automóviles ... y la colección de naves espaciales que vinieron después del Sputnik.